El lago artificial de Embalse Río Tercero, a ciento diecisiete kilómetros de Córdoba capital, es la reserva de agua dulce más grande de la provincia. Los campings, los clubes y las cabañas, en verano, se colman de familias, parejas y pescadores. Se lo conoce como “la capital de los deportes náuticos”. Hay quienes practican kayak, pasean en motos de agua o, simplemente, conversan y toman mate en la orilla. El lema del municipio dice: “Todo es tranquilidad. Vení a acampar, a nadar y a comer torta frita”. El agua del lago es estancada, apacible, sin corriente.
El sábado 24 de enero, ante la llegada de miles de fanáticos de La Renga, se vivía una sensación ambigua. En el pueblo de Villa Rumipal, situado en el Valle de Calamuchita, los comerciantes se frotaban las manos, pero muchos de los vecinos se sentían intimidados por la sola idea de experimentar un mega concierto de rock en una aldea silenciosa; cerraban las puertas con candado y guardaban las bicicletas que habitualmente dejaban en la vereda. Nunca antes una banda tan masiva había pisado la tierra conocida por las fábricas de ladrillos y el buceo.
Una serie de quejas y prevenciones habían alertado a la policía, acostumbrada a tareas menores como ordenar el tránsito en las rutas y controlar los irregulares movimientos sísmicos. La “invasión de jóvenes hippies”, como lo describió una vecina, se medía en números: cuarenta y siete mil almas que llegaban de todas partes del país significan demasiado vértigo para los apenas dos mil habitantes.
Pero el recital pasó rápidamente y los días siguieron como si nada hubiera ocurrido. A la vera del lago Embalse, en el Club Náutico Pescadores y Cazadores de Hernando, la noticia de la búsqueda de un joven que había desaparecido minutos antes del recital de La Renga no alteró la rutina de los socios, que se distraían hablando de la siembra de pejerreyes y de las vísperas de carnaval. El país estaba en vilo por la muerte del fiscal Alberto Nisman. Ningún otro tema parecía importar.
El mediodía del lunes 27 de enero, a unos quinientos metros de la costa del lago artificial, un padre y su hija disfrutaban del andar serpenteante de una moto de agua. De pronto, vieron algo que les llamó la atención. Una lancha parecía estar frenada en un lugar poco habitual para estacionarse. El padre creyó que, quizás, se le había roto el motor –porque hacía rato no se movía- y le preguntó al conductor si estaba todo bien. El dueño de la embarcación le respondió que no se preocupara, que estaba sacando las hojas que se habían acumulado en la última tormenta. Hizo un giro con la moto para emprender el regreso y frenó la marcha: bajo los rayos de un sol que enceguecía la visión del horizonte, pudo ver como flotaba un bulto en la quietud del lago. De inmediato, el hombre tapó con las manos los ojos de su hija y aceleró. Llegó al club, llamó a la policía y lo primero que pensó fue por qué razón el conductor de la lancha había permanecido impasible ante la presencia del cuerpo que había visto flotando a escasos metros de su ubicación. Le pareció extraño, además, que limpiara la lancha en medio del lago cuando ese trabajo, habitualmente, suele hacerse en la orilla.
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Hacía un año y medio que eran novios.
Ismael Sosa y Victoria Aiello tenían 24, pero la edad no era lo único que compartían. Fanáticos del rock, les pareció un buen plan viajar en enero a Córdoba para ver a La Renga –que presentaba su último disco PESADOS VESTIGIOS-, uno de sus grupos favoritos. Compraron un paquete con los pasajes de ida y vuelta en colectivo, la entrada y la permanencia en un camping, donde les harían un asado en la previa del recital. El viernes 23 de enero, a las seis y media de la tarde, salieron desde Buenos Aires. A Ismael, antes de partir, su hermano Facundo lo notó cabizbajo, raro. Era la primera vez que iba a ver una banda lejos de Buenos Aires. Vivían en el barrio Libertad, de Merlo. Ismael solía ir a los conciertos de rock con su mejor amigo, Lucas, y con Facundo. Pero ellos, esta vez, no podían viajar.
Cuando llegaron a las sierras, cerca del mediodía del sábado, los trasladaron hacia el lago Embalse. En el camping comieron un asado y después fueron a un bar a tomar cerveza y jugar al pool. Flaco, de boca ancha y pelilargo, con el flequillo “rolinga”, Ismael llevaba puesta una remera negra con la lengua de los Rolling Stone y el número 79 a la altura de la espalda. Vestía una bermuda oscura y unas zapatillas blancas a las que había pintado y dibujado con sus propias manos. Ismael no era de los miembros más fieles de “Los mismos de siempre”, que coparon el Aeródromo de Villa Rumipal. Le gustaban otras bandas como Barrios Bajos, La 25, Viejas Locas, Kapanga, Las Pelotas y Los Gardelitos.
Según lo que diría después Victoria ante la policía, esa tarde del sábado, todo el grupo de personas con el que viajaron se bañó en el río, salvo Ismael. “Me dijo que no sabía nadar bien”, declaró. Luego subieron al micro rumbo a Villa Rumipal. Llegaron al predio a las ocho y media de la noche. El micro estacionó en un descampado y pensaron que lo mejor sería dejar las mochilas allí dentro, así que bajaron sólo con el documento y las entradas en mano. El recital estaba anunciado a las nueve.
Unos minutos antes de que Chizzo entonara la primera canción, la multitud se amontonó en los accesos al predio en el que se organizaba el recital: mientras algunos intentaban ingresar sin entradas, otros apuraban el paso para no perderse el arranque del show. En el primer control, había policías, la mayoría vestidos de civil y con chaleco identificatorio. Un grupo estaba con cascos y escudos. Para algunos testigos, se trataba de una guardia de Infantería, conocida como “anti motín”, como las que suele verse en las canchas de fútbol. La policía se encargaba de separar al público en dos filas: una, de mujeres, y otra, de hombres. En el segundo control, los 1500 hombres de la seguridad privada contratada por la productora En Vivo Producciones hacían el cacheo. De pronto, se escucharon cánticos: “A ver, a ver, quién dirige la batuta, si La Renga, o la yuta hija de puta”. Y la policía empezó a reprimir. Hubo forcejeos y una confusión reinó en el ambiente. Entre corridas, gritos y empujones, Victoria perdió a Ismael. La última vez que lo vio fue cuando los dividieron después del primer control. Pensó que Ismael había entrado al predio -los celulares de ambos habían quedado en las mochilas- y se convenció de que, si habían hecho seiscientos kilómetros, debía tranquilizarse, entrar al concierto y esperar cruzarse en algún momento con su novio.
El show cerró con “El viento que todo lo empuja”, “El final es en donde partí” y “Hablando de la libertad”, pero a ella poco le importó. Salió rápido hacia las bocas de entrada, fue a la zona de los baños y hasta el micro. Pero Ismael no aparecía. Se subió a la moto de un desconocido, que se ofreció a ayudarla, y recorrió los hospitales y las comisarías del lugar. Un policía que la atendió le dijo: “Por el mismo camino que viniste, te vas”. Desesperada, trató de calmarse. “Quizás habrá regresado en otro colectivo”, pensó. Con la idea de que se reencontrarían en Merlo y forzada porque no tenía dinero para quedarse en Córdoba, regresó a Buenos Aires en el mismo micro que la había traído.
Al día siguiente, al llegar a Buenos Aires, fue directamente hacia la casa de su novio. Tocó el timbre y cuando vio la cara de Nancy, la madre de Ismael, se quedó boquiabierta.
-No, nena, Ismael no está en casa. ¿No volvió con vos?
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Unos días después de la desaparición de su hermano, ante la falta de información, Facundo Sosa viajó a Córdoba con un amigo. Repartió fotos con el rostro de Ismael y pegó afiches por la ciudad. Cuando intentó hacer la denuncia en la comisaría de Rumipal y nombró a Ismael Sosa, los policías se pusieron nerviosos. Le contestaron: “Acá no podés hacer ninguna denuncia, eso lo hacemos nosotros”. Facundo dice que un policía le preguntó: “¿Vos sabés lo que hizo tu hermano?”, pero no le quiso decir más nada. Y otro, que se hizo pasar por fiscal, le dijo: “Todavía no encontramos a tu hermano”.
Los familiares y amigos de Ismael denunciaron ante la prensa que la policía cordobesa se mostró siempre indiferente y cruel. Que los maltrató. Que los humilló. Que los ninguneó.
-Mami, esto está muy feo. Estoy regalado –le dijo por teléfono Facundo a su madre.
Nancy le ordenó que volviera urgente a Buenos Aires. Facundo y su amigo se tomaron un taxi hasta Córdoba capital y regresaron a Merlo.
Casi al mismo tiempo que Facundo emprendía la vuelta, la prensa cordobesa informaba que se había encontrado el cadáver de un joven en un lago. En la casa familiar alguien llamó al teléfono de Nancy. Una voz anónima le dijo: “El chico que se ahogó es su hijo”. Y antes de cortar le aclaró: “Están todos amenazados, nadie va a hablar”.
Nancy cortó el teléfono, comenzó a caminar alrededor de la mesa y gritó: “No es mi hijo”.
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Ismael nació el 4 de marzo de 1990 en San Antonio de Padua, partido de Merlo. Le decían el “rockero de la bicicleta”. De todos los hermanos, seis en total, era el que más le gustaba ir a recitales de rock. Hincha de River, a veces iba a alentar a Midland, el equipo del barrio. Pero lo que más quería en el mundo era su bicicleta cromada, todoterreno, con la que solía parar en las equinas para compartir una cerveza con amigos. Trabajó en un taller de bicicletas y como ayudante de albañil.
-Somos una familia de laburantes.
Facundo Sosa, de 26 años, es uno de los cinco hermanos con los que vivía Ismael. Dice que Nancy es “madre y padre” a la vez. Entre todos los hermanos atienden un pequeño kiosco, el negocio familiar. Facundo sabía casi todo lo que le pasaba a Ismael porque eran confidentes. A diferencia de lo que dijo Victoria, la novia, Facundo asegura que Ismael sabía nadar. Aprendieron juntos en el club El Remanzo, de Merlo, y después en Midland, del barrio Libertad. Y dice que lo hacía bastante bien. A Ismael lo indignaba la corrupción, “que le robaran a los laburantes”. Y tenía un rasgo excepcional, que lo destacaba en el barrio.
-Se jugaba la vida cuando veía afanos –dice Facundo-. Más de una vez corrió a un par de pibes. Un día a una flaca le manotearon la billetera en la parada de un colectivo y corrió un montón de cuadras para alcanzar al delincuente.
Por eso, Facundo dice que no le extraña que la policía cordobesa se hubiera ensañado con Ismael. No sólo porque pudo haber reaccionado por algo que le hubiesen hecho a él, sino porque pudo haber agitado para que el resto no se dejaran pegar. Aunque también cree que, quizás, esa noche no saltó nadie por él, que la policía, simplemente, pegó por pegar.
-Ahora estamos luchando contra la fuerza policial y por cuestión de seguridad no quiero dar mucha información. No confío en nadie más que en mi familia.
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Lucas de Olmos, el abogado de la familia Sosa, precisó el valor de cuatro testigos claves. Uno de ellos dijo que, en el primer control, vio a un chico que estaba “muy enojado” porque la policía le había pegado. Dijo que no lo podían sujetar y que se enardecía con la gente “porque nadie hacía nada”. El testigo dijo que ese chico era Ismael.
-Mi hipótesis central es que cuando un pibe se planta ante la policía y más se resiste, entonces más reprimendas recibe –dice el abogado-. Ismael tenía el suficiente carácter para no soportar la agresión. Esa noche los ánimos estaban caldeados y la policía se vio desbordada. Hay que entender que una cosa es la policía del Gran Buenos Aires, que está entrenada para no descontrolarse, y otra es la de un pueblo cordobés, que se siente desafiada en su autoridad con pibes a los que veían como quilomberos foráneos.
El segundo testigo que declaró en la causa es un hombre que vendía remeras de La Renga, a cien metros del predio. Esa noche encontró un documento tirado en el piso. Lo guardó y después, por la foto que vio en los diarios, comprobó que se trataba de Ismael y enseguida se comunicó con la familia. Para el abogado, más allá de ese gesto solidario, en el testimonio hay una pista fundamental. El documento, dijo, no fue hallado donde la novia de Ismael lo había visto por última vez. Lo encontró fuera del predio.
-Nuestra lectura es que si apareció allí es porque efectivamente Ismael fue sacado violentamente de la entrada, contra su voluntad. Y el DNI celeste se le cayó de las manos en el camino, porque alguien lo llevó a la rastra.
Los otros dos testigos son los que dentro de poco tiempo declararían ante el fiscal Alejandro Carballo, de la fiscalía de Río Tercero –al cierre de esta edición aún no habían sido llamados a testimoniar-, que puso la lupa sobre el operativo policial y allanó la comisaría de Villa Rumipal. El abogado de la policía pidió los legajos de todos los agentes de la jurisdicción de Calamuchita. En las últimas semanas apareció una persona que “daría referencias” de lo que pasó con el cuerpo entre el lapso de tiempo que apareció en el lago hasta que fue llevado a la morgue de Córdoba Capital. En la visión del abogado, se sospecha que en ese trayecto la policía habría intervenido para desviar el curso de la investigación.
-Cuando lo sacaron del río estaba hinchado, pero entero -dijo De Olmos.
Una foto del cadáver de Ismael flotando en el agua se viralizó por las redes sociales, pero los administradores de Facebook la retiraron de inmediato. Nadie sabe exactamente cómo fue trasladado del lago hasta la morgue. Y si hubo escalas intermedias ni cuántos días demoró en llegar a Córdoba Capital.
La principal sospecha, de parte de los familiares, se centra en el informe final de la autopsia. Cuando la hermana de Ismael y una amiga fueron a reconocer el cuerpo, el 30 de enero –cuatro días después que había sido encontrado-, dijeron que le faltaba la nariz y un pedazo de mentón. Que los policías, antes de ingresar a la sala, las hostigaron diciéndoles que no hacía falta ver nada, que se quedaran con la imagen de él en vida. La familia, por consejo del primer abogado que tuvieron, Juan Borghi –luego lo reemplazaron por de Olmos-, no decidió poner peritos de parte en la autopsia. Borgui les había dicho que los médicos oficiales que intervenían eran de confianza. Los familiares aún esperan que la fiscalía les entregue el DVD y las fotos de la autopsia para certificar lo que vieron la hermana de Ismael y su amiga. “¿Para qué le quitaron partes a un cuerpo? Para borrar evidencias de golpes”, dijo Nancy Sosa al portal Infojus Noticias. La amiga de la hermana, además, jura que vio en un libro de la morgue que la aparición del cuerpo estaba fechada con otro día al que les anoticiaron y que fue registrado como NN. De hecho, la declaración del testigo de la moto de agua que halló el cadáver surge en la causa como “el martes 27”, cuando en todos los medios salió publicado que fue el lunes 26.
El cuarto testigo, que se espera que declare en el expediente, para De Olmos es el as en la manga.
-Es un pibe que estaba en el primer control y escuchó el golpe de una trompada. Le llamó poderosamente la atención y giró la cabeza. Era como un sonido seco, como algo que se había quebrado.
El que recibió el golpe, dice De Olmos, fue Ismael. Y el que le pegó la piña, un policía.
-Esta persona todavía no declaró en el juzgado porque no es tarea fácil llevar a los testigos hasta Córdoba. La mayoría son de Buenos Aires y hay que convencer a la fiscalía de su valor probatorio. Con las inundaciones, además, la provincia estuvo paralizada. Es complejo coordinar tiempos, porque cuando conseguimos los pasajes, los testigos nos dicen que no pudieron arreglar en el trabajo, o que tienen un familiar enfermo. Hay que ser pacientes.
Según de Olmos, esta persona también estaría en condiciones de identificar, en una rueda de reconocimiento, al policía que le habría pegado a Ismael.
-¿Usted cree en este testigo?
-Invierto la pregunta: ¿Por qué no habría de creerle si se está jugando con semejante testimonio? ¿Por qué me mentiría si sabe que está arriesgando la vida?
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Los familiares de Ismael creen que lo mató la policía cordobesa.
Hablan de “gatillo fácil” y lo comparan con el caso de Walter Bulacio, el joven de 17 años que fue asesinado en 1991 tras una razzia policial en la previa de un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. En la casa del barrio Libertad de Merlo, los hermanos y la madre de Ismael dicen que desde aquella noche no duermen. La impunidad del caso Bulacio pesa como una viga de acero sobre sus espaldas.
Las semejanzas, explican, son muchas. Bulacio había sido detenido junto a otros 72 jóvenes en las inmediaciones del estadio Obras Sanitarias. Esa noche lo llevaron a la seccional 35. No se dio aviso a los padres del joven, que vivían en el conurbano, ni al juez de menores de turno. A la semana siguiente, Walter murió por un aneurisma. Le aplicaron torturas antes de matarlo.
Hasta el momento no existe certeza de que Ismael haya sido detenido, pero esa noche del 24 de enero la policía cordobesa habría arrestado en comisarías de la zona cerca de cuarenta jóvenes. Los familiares de Ismael y su abogado piensan que, en las cercanías del Aeródromo Municipal, hubo razzia. Varias personas contaron que se respiraba una atmósfera densa y que la policía estuvo particularmente violenta en el ingreso al recital. Se percibía un clima de provocación: a los pibes los trataron como ganado. “Tenemos un montón de testigos que vieron como le pegaban los policías. Esos testigos están amenazados y tienen miedo de declarar”, dijo Nancy Sosa. La lista, dicen, es interminable. Lo que desvela a la familia es encontrar a los que están dispuestos a testimoniar ante la justicia. Porque, por las redes sociales, es difícil distinguir entre los que se proponen como testigos para vengar una muerte y los que estuvieron realmente en el centro de la escena donde desapareció Ismael.
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Según lo que determinó la autopsia, Ismael murió ahogado. En el informe forense se expresa lo siguiente: “El cadáver no evidencia golpes ni cortes de ningún tipo. Esto permitiría descartar que la causa de muerte haya sido traumática. Los médicos, en el plano de la hipótesis, se inclinan por una asfixia por sumersión (o inmersión) o bien por una causa patológica, propia de una enfermedad o afección”. La investigación está a cargo del fiscal Carballo y supervisada por el juez Pedro Salazar –que sólo intervendría, hasta el momento, en caso de que la querella se oponga a una resolución del fiscal-. La causa está caratulada como “actuaciones labradas a raíz del hallazgo del cuerpo sin vida de Ismael Sosa en el embalse de Río Tercero”.
La zona en la que el lunes 27 de enero apareció flotando el cadáver de Ismael, a quinientos metros del Club Naútico de Pescadores y Cazadores de Hernando, es un lugar de difícil acceso. Aún no se sabe cómo pudo haber llegado hasta ese lugar, a seis kilómetros del recital. El camino por tierra es un monte boscoso y hostil, con churquis y animales silvestres. El abogado de la familia descree que hubiera arribado por sus propios medios. Si, como declaró la novia, Ismael no sabía nadar, cuesta pensar que nadó quinientos metros desde la costa del club y murió allí ahogado. Además, el lago es artificial y no tiene la corriente de cualquier río, por lo que, salvo por una eventual ola levantada por una lancha, el agua permanece quieta. Alguien, piensa el abogado, arrojó el cuerpo desde una embarcación o desde el monte.
-La autopsia descarta golpes y lesiones como causal de muerte. Es diferente a decir que pudo haber sido golpeado, por ejemplo con una trompada, y haber sido tirado al agua en estado de inconsciencia. Es difícil leer los golpes en un cuerpo que por el agua se hinchó bastante. No hay exactitud de cuándo murió exactamente. Por ahora se considera que fue arrojado al agua posiblemente entre 48 y 72 horas antes de haber sido encontrado. Es decir, todo apunta a que lo mataron la misma noche del recital.
Ante algunos elementos dudosos del informe, los familiares adelantaron que no descartan reunir pruebas para pedir una segunda autopsia. En los días sucesivos a la desaparición de Ismael, una hipótesis circuló por la prensa. El portal de noticias cordobés Día a Día publicó una nota con el título: “Ismael estaba perdido y con sed, pidió ayuda, pero no se la dieron”. El diario Clarín, el 30 de enero, dijo: “Se ahogó un joven que desapareció en un show de La Renga”, y publicó una foto de Ismael abrazado a una botella de cerveza. Se decía que el domingo 25 de enero un matrimonio había visto deambular a un joven cerca del lago Embalse. De acuerdo a esa versión, se acercó a los pescadores y les pidió agua, pero le dijeron que era para el mate. Antes de eso, otras personas lo habrían visto cerca de un Hotel. Allí, dicen, pidió a los turistas una guía de teléfono para llamar a su mamá. Lo vieron “alterado”, “que balbuceaba” y como si estuviera escapando de algo.
Para el abogado, ambos testimonios son inexactos. Le cuesta imaginar que, si efectivamente fue golpeado por la policía, éstos lo dejaron escapar sabiendo que en un pueblo tan chico el hecho se sabría en cuestión de segundos.
-En la causa, esos testigos no están totalmente seguros de que ese joven hubiera sido Ismael. Estamos hablando de que 47 mil personas fueron al recital y muchos tenían flequillo o remera de los Stone como él. Además, esos testigos dijeron que quería llamar a familiares que vivían en Córdoba, e Ismael no tiene ningún pariente ahí. Pedimos las filmaciones de las cámaras del Hotel y tampoco hay registro de eso.
Como contraposición a la declaración de esos testigos, el abogado adelanta que existe una persona que se acercó a la fiscalía y aportó otro dato importante. Dijo que un matrimonio mayor, cerca del predio, le comentó que había visto cómo la policía habría golpeado y esposado a un joven muy parecido físicamente a Ismael en la vereda de su vivienda. La casa ya fue identificada y el matrimonio fue llamado a declarar.
La versión periodística de Día a Día y Clarín apuntaba a que Ismael estaba alcoholizado o drogado y que, por lo tanto, deambuló por la zona luego de abandonar a su novia. Pero el resultado de la autopsia encargada por la fiscalía expresó que "el informe anatomopatológico concluyó que existía intoxicación alcohólica", aunque descartó el consumo de drogas. Sin embargo, el fiscal Carballo ordenó nuevos estudios químicos para chequear “la presunta ingesta de alcohol”.
Según el abogado, los 106 miligramos de alcohol en sangre que tenía el cuerpo de Ismael no indican “una intoxicación alcohólica".
-No desconfío del rigor de la investigación del fiscal, pero usó una expresión poco feliz. Según peritos especializados, los 106 miligramos en sangre indican un primer grado de embriaguez. Es el primero de cinco, en una escala que va de 50 a 500 miligramos. Ismael estaba en lo que se denomina como “estado de euforia”, lo normal en cualquier pibe que se toma unos vasos de cerveza antes de un recital de rock. Pero no estaba borracho ni drogado. Y eso lo corrobora la ciencia, no lo dicen los familiares.
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Nancy, de 54 años, lleva el cabello rubio y es de cuerpo delgado. Tiene un lunar cerca de la ceja y otro debajo de la nariz. Habla con un acento provinciano y en las entrevistas jamás deja que se le escape una lágrima. Se muestra firme, con temple. Dice que la policía le pinchó los teléfonos y que tiene miedo de que persigan a los testigos. Y, en varias entrevistas, apuntó a la máxima autoridad de Córdoba.
-Voy a ser la tortura del gobernador De la Sota.
Desde la desaparición de Ismael, Nancy y Facundo se convirtieron en militantes de la lucha contra el gatillo fácil y de otras causas, como la educativa. Nancy marchó una tarde por las calles de la capital cordobesa con los docentes tras una represión policial. La Coordinadora de Familiares de Víctimas del Gatillo Fácil de Córdoba denunció que, en el 2014, hubo al menos ocho casos de gatillo fácil –como los de Lautaro Torres y Ezequiel Barraza, que despertaron la creación de las multitudinarias “Marchas de la Gorra” -. Marina Losada, integrante de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional, explicó que a fines de 2013 la policía cordobesa se acuarteló tras una crisis política después de que se demostrara su vínculo con el narcotráfico. Y que, a partir de allí, volvió a tener licencia para no depender de ningún control más que el suyo.
El Código de Faltas es el comodín que le permite a la policía detener personas sin motivo. Desde que asumió en diciembre de 2013 el nuevo Jefe de la Policía de la Provincia de Córdoba, Julio César Suárez, hay más presencia de la fuerza en los barrios populares, más controles vehiculares y una nueva modalidad de exponer a los detenidos para los medios: el corralito. Allí, entre vallas, muestran encapuchados y en cuclillas a los detenidos en las razzias. El cuerpo policial pasó, en menos de diez años, de doce a veintidós mil agentes. El agente Alejandro Reyna, que trabaja en la policía judicial, publicó en la primera semana de febrero en su Facebook un comentario sobre el caso Ismael Sosa que decía lo siguiente: “Menos mal si ya apareció, yo justo estaba entrando cuando le pegaron. Tremendo puñete c comió!!”. Aún no se le tomó testimonio ni se comprobó si el posteo fue escrito por él.
La gravedad del hecho comprende otro telón de fondo que se comenta por lo bajo en cada pedido de justicia por Ismael y que implica niveles de responsabilidad que van desde la policía –más allá de su responsabilidad o no en la muerte de Ismael, no tomó la denuncia por averiguación de paradero que intentó realizar su hermano Facundo- hasta autoridades políticas y judiciales. ¿Cómo fue posible que un joven desapareciera en un concierto de rock, que se le perdiera el rastro por dos días y súbitamente apareciera flotando en un lago? ¿Por qué se le avisó con tanta demora a la familia, que lo identificó recién cuatro días después de haber aparecido el cadáver?
Hace unos días, Ismael habría cumplido 25 años. En una plaza de su barrio, le hicieron un homenaje. Tocó la banda Barrios Bajos, hubo una misa y después un grupo de personas pintó un mural. Los familiares y amigos convocaron a varias movilizaciones en el Obelisco. Las marchas se multiplicaron en forma simultánea en varias ciudades del país. En uno de los últimos festivales por Ismael, Nancy lo recordó dibujando y pintando banderas de rock. Usaba collares y pulseras. Dijo que a veces le cantaba un fragmento del tema “El twist del pibe”, de La Renga: “No me digas adiós, sólo decime hasta siempre”. Y que más de una vez, cuando la veía triste, le regalaba algún collar y le decía:
“Hay que disfrutar la vida, ma. Porque nada nos llevamos de acá.”
Nancy cerró el festival con un pedido a la sociedad:
-No se olviden de esta madre. No se olviden de Ismael.
(Texto publicado en la edición número 31 de Mavirock Revista)
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